Primera charla en el templo 

En septiembre de 29 EC, Jesús entró audazmente en Jerusalén durante la Fiesta de los Tabernáculos, en contra de las advertencias de sus apóstoles, y procedió a enseñar en el templo. Aprovechó esta oportunidad para declarar abiertamente que él era el Hijo de Dios.

En esta primera charla en el templo, Jesús empezó hablando del nuevo evangelio y de la alegría que trae a los que creen en él. Uno de los congregados preguntó al Maestro cómo podía enseñar a partir de las Escrituras si no había sido enseñado por los rabinos. En respuesta, Jesús le dijo que no había recibido su conocimiento de ningún hombre, sino "del que me envió", y que si alguien quería conocer la voluntad de Dios, la escucharía de él, porque no hablaba para sí mismo, sino para la gloria de Dios. Pero también aconsejaba que sus oyentes prestaran atención a las Escrituras y siguieran las leyes que allí se contienen antes de intentar descubrir nuevas verdades. Por ejemplo, les dijo que Moisés había dicho: "No matarás", pero muchos de ellos querían matar al Hijo del Hombre.

Después de una animada discusión entre la multitud, alguien le preguntó por qué los gobernantes querían matarlo. Él les dijo que los dirigentes judíos estaban resentidos porque consideraban que él alteraba sus enseñanzas sobre las normas obligatorias y las leyes de la religión judía. Su enseñanza, dijo, pretende liberar a la gente de tales cargas que realmente no tienen ninguna base en el progreso espiritual; además, declaró que si y cuando los creyentes realmente sigan sus enseñanzas, todas esas religiones gravosas serán derrocadas para siempre, y estos gobernantes perderán su poder de autoridad. Esta era la razón por la que lo querían muerto y desaparecido.

Otra persona preguntó a Jesús si realmente decía ser el Mesías. Y Jesús le dijo claramente que había sido enviado por Dios, y que si se negaban a recibirlo, se negaban a recibir a Dios. Declaró que si abrazaban el Evangelio que él enseñaba, llegarían a conocer a Dios porque él había venido de Dios para revelarlo a la humanidad.

Y todas estas enseñanzas hicieron que la gente se preguntara si el Mesías esperado en las Escrituras podría ser más maravilloso que este hombre de Nazaret.

Los fariseos se alarmaron ante la respuesta positiva de la gente a Jesús y quisieron poner fin a sus charlas en el templo, pero evitaron hacerlo, pensando que las autoridades romanas habían prometido a Jesús inmunidad judicial; querían evitar cualquier enfrentamiento que los pusiera en desacuerdo con los romanos. Pero el Sanedrín dudó de esta creencia y envió a un agente, Eber, para arrestar al Maestro. Cuando Jesús vio que Eber venía a arrestarle, le dijo que comprendía que sólo cumplía las órdenes de sus superiores, pero que al Hijo del Hombre no le pasaría nada hasta que llegara su hora. Invitó a Eber a acercarse para que pudiera escuchar sus enseñanzas.

Cuando Eber se acercó a Jesús, el Maestro le dijo: "Escucha mis enseñanzas. Sé que te han enviado para arrestarme, pero comprende que al Hijo del Hombre no le pasará nada hasta que llegue su hora. No estáis contra mí; sólo seguís las órdenes de vuestros amos. Incluso estos líderes judíos creen de verdad que están sirviendo a Dios al intentar destruirme en secreto.

"No os guardo rencor a ninguno de vosotros. El Padre os ama, y por eso anhelo vuestra liberación de la esclavitud del prejuicio y de la oscuridad de la tradición. Os ofrezco la libertad de la vida y la alegría de la salvación. Os anuncio el camino nuevo y vivo, la liberación del mal y la ruptura de la esclavitud del pecado. He venido para que tengáis vida, y la tengáis eternamente. Queréis libraros de mí y de mis inquietantes enseñanzas. Si os dierais cuenta de que voy a estar con vosotros poco tiempo. Dentro de poco iré a Aquel que me envió a este mundo. Y entonces muchos de vosotros me buscaréis diligentemente, pero no descubriréis mi presencia, porque adonde voy no podéis venir. Pero todos los que de verdad busquen encontrarme alcanzarán alguna vez la vida que conduce a la presencia de mi Padre."

Algunos burlones murmuraban entre sí: "¿Adónde irá este hombre que no podemos encontrarlo? ¿Vivirá entre los griegos? ¿Se suicidará? ¿Qué quiere decir cuando dice que pronto nos dejará, y que no podemos ir adonde él va?".

Eber y sus ayudantes se negaron a detener a Jesús y regresaron sin él. Cuando los sumos sacerdotes y los fariseos les reprocharon que no trajeran a Jesús, Eber se limitó a replicar: "Teníamos miedo de arrestarlo entre la multitud, porque muchos creen en él. Además, nunca hemos oído a nadie hablar como este hombre. Hay algo extraordinario en este maestro. Al oír esto, los jefes se asombraron y se burlaron de Eber: "¿Tú también estás engañado? ¿Estás empezando a creer en este fraude? ¿Has oído que alguno de nuestros eruditos o dirigentes crea en él? ¿Se ha dejado engañar algún escriba o fariseo por sus astutas enseñanzas? ¿Cómo es que estás influenciado por esta multitud ignorante que no sabe nada de la ley ni de los profetas? ¿No sabes que esa gente inculta está maldita?".

Eber respondió: "Aun así, mis amos, este hombre habla palabras de misericordia y esperanza a la multitud. Anima a los abatidos, y sus palabras reconfortan incluso nuestras almas. ¿Qué hay de malo en estas enseñanzas, aunque no sea el Mesías de las Escrituras? ¿Acaso nuestra ley no exige imparcialidad? ¿Acaso condenamos a un hombre antes de oírlo?" El jefe del Sanedrín se enfadó con Eber y le espetó: "¿Has perdido el juicio? ¿Tú también eres de Galilea? Escudriña las Escrituras y verás que ningún profeta, y mucho menos el Mesías, viene de Galilea."

Y así terminó la primera charla en el templo. El Sanedrín se dispersó, y Jesús se retiró a Betania para pasar la noche.