El decimoquinto año de Jesús 

En la noche del miércoles 17 de abril, CE 9, nació Rut, la pequeña de la familia. Jesús hizo todo lo posible por consolar y atender a su madre durante esta dura y peculiarmente triste prueba en lugar de su padre.

A mediados de este decimoquinto año, Jesús había resuelto los detalles de cómo manejar a su familia. Tras la muerte de José, Jesús intentó enseñar a los hijos mayores a expresarse individualmente en la oración, pero eran incapaces de captar este concepto y seguían recurriendo a recitar oraciones memorizadas. Así que Jesús creó frases para estimular su pensamiento, para inspirarles a continuar con la idea y crear su propia reflexión personal. Sin intención por su parte, estas sugerentes líneas acabaron asociándose entre sí y evolucionaron hasta convertirse en la estructura que Jesús presenta el Padre Nuestro a los Apóstoles a sus apóstoles cuando se veían presionados por una oración. Se conoció como "El Padre Nuestro".

Las responsabilidades familiares dieron al traste con cualquier esperanza de ocuparse de los asuntos de su Padre. Se dio cuenta de que no podía eludir sus obligaciones y de que el sustento de la familia de su padre terrenal era su principal obligación.

Jesús estaba perplejo sobre cómo iba a cumplir lo que discernía que era su propósito en la tierra. Amaba al pueblo de su padre y deseaba con todas sus fuerzas ayudarlo, pero no se veía dirigiendo ejércitos para matar a quienes los dominaban. No tenía intención de sentarse en un trono, concretamente en el de David. Las profecías de un Mesías, que los judíos entendían como predicciones de los profetas, hablaban de un rey guerrero. Él rechazó cumplir estas expectativas. Su intención era traer la divinidad a la tierra. Y eso incluía a todo el planeta, no sólo al pueblo judío.

Jesús estudió las Escrituras para encontrar una respuesta. En la biblioteca de la sinagoga de Nazaret, encontró un libro apocalíptico poco conocido llamado el Libro de Enoc. En él encontró la designación "El Hijo del Hombre", una descripción de alguien que moraba en el esplendor Paraíso con su Padre, Dios, y decide dejar toda esa gloria para bajar a ayudar a la humanidad, a proclamar la salvación a los mortales necesitados. Esto tocó el corazón de Jesús. Imagina a un personaje divino que se convierte en "Hijo del Hombre" dejando el cielo y haciéndose hombre, viviendo una vida y experimentando todas las pruebas a las que se enfrenta la gente de este planeta, les enseña lo que sabe, vive de la mejor manera que se puede vivir, y luego regresa a su morada celestial habiendo adquirido una comprensión plena de lo que es ser humano. Jesús reconoció que ésta era la predicción más cercana de sí mismo en todas las escrituras. Tenía una capacidad infalible para reconocer la verdad y abrazarla independientemente de la fuente. Jesús decidió que se presentaría como "El Hijo del Hombre".

Ahora que Jesús estableció la naturaleza de su misión en la tierra, las confusiones de las escrituras que cristalizaron desde sus días de juventud volvieron a resurgir. ¿Surgiría algún día un libertador nacional, un maestro o rey judío de la casa de David? ¿Sería él? Si esto se refiere a otro que vendría, ¿cuál sería su relación con este líder? ¿No era él de la casa de David? Su madre dijo que sí, su padre que no. Jesús decidió que no lo era. ¿Eran poco claros los profetas, o tal vez otros los malinterpretaron en cuanto a la naturaleza y la misión del Conceptos del Mesías esperado? Los judíos vivían bajo el dominio de extranjeros. Tal vez sus interpretaciones estaban contaminadas por sus más anheladas esperanzas de libertad. Los profetas hicieron estas previsiones hace mucho tiempo.

Cada una de estas incertidumbres trascendentales le daba vueltas en la cabeza y las meditaba seriamente mientras seguía trabajando en el banco del carpintero, ganándose laboriosamente la vida para él, su madre y otros ocho miembros de la familia.

Cuando un joven alcanzaba la edad de quince años, podía leer oficialmente las escrituras desde el púlpito. Por ello, el chazán dispuso que Jesús dirigiera el servicio matutino el primer sábado después de su cumpleaños. Asistieron todos los fieles de Nazaret y Jesús seleccionó pasajes de Isaías, Amós y Miqueas. Su lectura comenzaba así: "El espíritu del Señor Dios está sobre mí, porque el Señor me ha ungido; me ha enviado a dar buenas nuevas a los mansos, a vendar a los quebrantados de corazón, a proclamar la libertad a los cautivos y a poner en libertad a los presos espirituales."

La gente se fue a casa y reflexionó sobre las palabras que Jesús había leído tan amablemente. Nunca la gente de Nazaret lo había visto tan magníficamente solemne; nunca habían oído su voz tan seria y tan sincera; nunca lo habían observado tan varonil, decidido y autoritario.

La familia se vio obligada a volver a la vida más sencilla de años atrás. La comida y la ropa eran sencillas. Cada mes exigía más frugalidad. Sus comidas eran básicas. Si tenían algo especial, lo reservaban para la cena. Afortunadamente, los judíos no consideraban la falta de riqueza como una posición social inferior.

Las finanzas de la familia se estiraron aún más cuando una economía débil trajo salarios más bajos. Jesús, un vulgar carpintero jornalero, ganaba el equivalente a veinticinco céntimos al día por trabajar cada mañana temprano y hasta altas horas de la noche. Llegaron los impuestos: los civiles, los de la sinagoga, el impuesto de medio siclo del templo, y luego el recaudador de impuestos trató de sacarle más dinero a Jesús, amenazándole con quitarle el arpa. La esperanza de un arreglo justo por la muerte de su padre mientras trabajaba en un edificio público se hizo añicos cuando Herodes Antipas decretó que a su padre no le correspondía nada.

Jesús lo atribuyó todo a la experiencia. Aprendió cómo vivía la gente en su época, en el hogar, en el campo y en el taller, como demuestran sus numerosas referencias en enseñanzas posteriores. Verdaderamente, era uno más del pueblo.

Su revelación del amor de su Padre por nosotros fue tardía. Tenía una mala situación sin solución fácil. Jesús persistió y se animó. Tomó cada día como venía, tratando de cumplir con sus muchas obligaciones. La vida de Jesús consuela para siempre a todos los idealistas decepcionados.

Al final de este año, Jesús pasó de ser un niño despreocupado a un adulto plenamente responsable. Su trabajo diario, sus obligaciones y el cuidado de su familia sofocaron gran parte de las experiencias, a menudo peligrosas y difíciles, de la adolescencia. Jesús se encontró preparado para nuevas oportunidades que fomentaran el desarrollo de un carácter noble.