Juana 

Jesús seleccionó a diez mujeres que habían ayudado en la administración de su anterior campamento y enfermería, y eran diligentes y entregadas a la causa. Habían sido testigos del envío de jóvenes evangelistas a misiones, pero nunca soñaron con que se les pidiera a ellas mismas. De estas diez mujeres Jesús crea el Cuerpo Femenino como evangelistas, una era Juana, cuyo marido era el mayordomo de Herodes Antipas. El cuerpo de mujeres eligió a Juana como tesorera. Podían hacer todo su servicio futuro sin pedir fondos a los apóstoles.

Andrés, siguiendo instrucciones de Jesús, puso la gestión de los servicios sabáticos del partido apostólico en manos del cuerpo de mujeres cuando estaban en Tiberíades. Al incluir a las mujeres, eso eliminaba la posibilidad de utilizar una sinagoga. Las mujeres eligieron a Juana para supervisar todos los preparativos y, gracias a sus contactos, la reunión se celebró en el nuevo palacio de Herodes. Herodes estaba ausente en ese momento y utilizaron su sala de banquetes para el servicio. Juana leyó las Escrituras sobre el trabajo de las mujeres en la vida religiosa de Israel, haciendo referencia a Miriam, Débora, Ester y otras.

Cinco mujeres, insatisfechas con el embalsamamiento poco perfecto del Maestro el viernes, El entierro de Jesús el domingo por la mañana para ungir a Jesús de forma más adecuada y envolverlo cuidadosamente en vendas. Llevaban consigo abundantes lociones especiales para embalsamar y muchas vendas de lino. Cuando María Magdalena se asomó al sepulcro y vio que el cuerpo de Jesús había desaparecido, lanzó un grito de alarma y angustia. Las otras cuatro mujeres, aterrorizadas, corrieron para salvar sus vidas, llegando hasta la puerta de Damasco. Juana se detuvo, presa de la conciencia de haber dejado sola a María junto al sepulcro, reunió a sus compañeras y todas volvieron a buscar a María.